jueves, 23 de octubre de 2014

Convertir en éxito el fracaso

Convertir en éxito el fracaso


Ambiente paradójico: los inteligentes son excluídos, marginados, mientras los trileros y tramposos son el nuevo modelo social

Tienen razón quienes dan por seguro que vivimos una nueva etapa de la humanidad: abrumadora tecnología, big data, cargado ambiente a-cultural. Aquí estamos, atónitos, estupefactos ante el no funciona y el gran festivaldel circo político y la corrupción. Ambiente paradójico: los inteligentes son excluidos, marginados, los trileros y tramposos son modelo social. Bravo: el fracaso se transforma en éxito.
El no funciona se produce en tiempos en que un avioncito teledirigido (dron) hace la guerra y las empresas son mastodontes todopoderosos capaces de dejar al mundo sin luz eléctrica. El no funciona se expresa en el fracaso del ébola olvidado en Africa por gobiernos y farmacéuticas. En España (pese a la buena voluntad y la impecable competencia médica) el episodio/ébola nos confirma como número uno en chapuzas políticas: lo nuestro no es la organización. ¡No funcionan tantas cosas imprescindibles en la vida diaria!
La señora Merkel sigue con la religión económica de la austeridad que aniquila pequeñas empresas, lleva a millones de personas al paro y destruye servicios que engrasan la vida. No funciona. ¿Tendremos presupuestos para 2015 los catalanes? ¿Para qué?
Lo que importa es la fiesta: el gran festival del circo político bajo el que crece la corrupción. Algo terrible para las generaciones del futuro, espectáculo novedoso, brutal, con unos alardes de estulticia no imaginables para los que hemos visto casi todo. Es la fiesta del fracaso que lleva al éxito: así ocurre con el desborde excluyente del capitalismo salvaje. El gran festival del circo corrupto es un deja vudel extraordinario relato de Edward Gibbon sobre la Caída y decadencia del Imperio Romano (1776 y 1788). Ciclos históricos implacables, líderes obtusos.
¿Qué pensar de los 1.977,9 millones de euros repartidos entre televisiones y radios públicas en 2013, frente a los 1.912 millones que gestionó el mismo año el Ministerio de Sanidad? Aunque son las comunidades autónomas las que gestionan el grueso de los servicios sanitarios, el ministerio es responsable de funciones de prevención y programas para los que en 2015 dispondrá de apenas 1.919 millones de euros. Sintomático.
Aznar reprocha a Rajoy que quiera (¿) dialogar con los catalanes (¿con cuáles?). Mas, en lugar de dimitir, lidera la ola del gran circo e inventa una consulta/espectáculo. ¿Reivindicación o estrategia electoral? ¿Y la democracia? ¡Qué no decaiga! No hay gobierno, ni presupuestos pero sí espectáculo non stop. El no funciona catalán (con el desgobierno) va a tope y el circo también (con su corrupción a cuestas).
En el festival del sálvese quien pueda ahora empieza la película de la lista (electoral) de país encabezada por el exitoso líder del pueblollamado Artur Mas. ¿Qué será de este invento? ¿Convergencia busca su autodestrucción o autosalvación? ¿Se trata de que manden Forcadell o Casals? ¿Mujeres para salvar Cataluña? El consellerHoms y otros deberían pasar por la factoría Disney/Hollywood y proponer innovaciones especializadas en que lo más inútil sea al fin lo más útil. ¡El mundo nos mira y la lista de país es lo último de lo último!
Hasta la Academia Española reconoce vocablos que parecen salidos de una canción de Lola Flores como serendipia —descubrimiento inesperado cuando se buscaba otra cosa— que describen la magia delno funciona combinada con el gran festival de circo y corrupción. Así es la nueva etapa. No crean que es cosa rara: Michael Jackson, dicen, gana mucho más dinero muerto que vivo.
Estas cosas, ¿tan nuevas?, son estudiadas en todas partes. Byung-Chul Han, coreano profesor de Filosofía en la Universidad de Berlín (de moda entre nosotros gracias al colega Francesc Arroyo y El País) publica ahora un ensayo de 127 páginas: Psicopolítica (Herder). Ideas muy claras: los contemporáneos están encantados en someterse por sí mismos al entramado de dominación y su propaganda/espectáculo que les integra definitiva e igualitariamente. “Vivimos una fase histórica especial en la que la libertad misma da lugar a coacciones. (…) El sujeto del rendimiento, que se pretende libre, es en realidad un esclavo absoluto (…) que se explota a sí mismo de forma voluntaria”, escribe.
Han se refiere al sistema (cultural) creado por el capitalismo que nos rodea y subraya que el sujeto no es consciente de su sometimiento. Lleva su trabajo con mano radical y concluye: “Frente a la creciente coacción a la conformidad sería hoy más urgente que nunca aguzar la conciencia herética. (…) El herético es quien dispone de una elección libre. Tiene el valor de desviarse de la ortodoxia (…) y de la conformidad. (…) El idiota, como el hereje, es una figura de la resistencia contra la violencia del consenso. (…) El idiotismo se opone al poder de la dominación neoliberal, a la comunicación y a la vigilancia totales”. Ya saben, el idiota es el sabio, el hereje que no sigue las consignas es un individuo libre. Bonito, ¿no? ¿Cuántos herejes/idiotas quedan? ¿Solo el Papa?
Margarita Rivière es periodista.

sábado, 18 de octubre de 2014

Willy, el chef que apasiona a los chinos (Guanxi)


Willy, el chef que apasiona a los chinos
El cocinero barcelonés pasó de trabajar para un amigo en un restaurante de menús en Gràcia a poseer un pequeño imperio gastronómico en China | "Los chinos no hacen sobremesa, comen y se van; su paladar es muy sensible a los matices de texturas" | "Allí donde vayas recuerda que juegas fuera de casa y eres tú quien debe adaptarse al lugar"
Willy, el chef que apasiona a los chinos

Cristina Jolonch
Barcelona
Tal vez no lleve en los genes el alma de cocinero pero sí el espíritu aventurero y negociante. Y eso es algo que ya asomaba cuando Willy Trullàs (Barcelona, 1977) y su hermano Max jugaban en los laberintos del Walden 7, en Sant Just. De allí guarda recuerdos de vecinos que sabían relacionarse y de un montón de rincones de aquella ciudad vertical en la que, cuenta, "había de todo, hasta una zona nudista". Mucho tiempo después sus padres, una pareja que en los 70 se había dejado seducir por la magia de aquel lugar destinado a ser algo más que un edificio de viviendas, no han acabado de acostumbrarse a ese hormiguero humano que es Shanghai. Allí viven desde hace casi una década sus dos hijos: el mayor, Willy, convertido en el gran embajador de la cocina española y el menor, que estudió arquitectura, y que firma los interiores de la mayoría de los locales que ha ido abriendo su hermano en los últimos tiempos. "Cada año nuestros padres vienen a vernos y se quedan un par de semanas en China con nosotros. Les parece curioso y les atrae, pero cuando aterrizan de nuevo en el aeropuerto de El Prat respiran aliviados. Shanghai es duro y más cuando se viene de un lugar con luz y playa, como es nuetro caso". La ciudad le sigue pareciendo hostil a este barcelonés encantador que reconoce que más que tener una gran vocación de cocinero eligió las cazuelas y las sartenes como instrumento para conocer mundo y hacer negocios "porque era el único ámbito en el que me atrevía a intentarlo". En poco más de un lustro ha conseguido crear un pequeño imperio con cinco exitosos restaurantes situados en algunos de los mejores emplazamientos de Shanghai y Hong Kong.

No fue fácil. A su llegada se topó con el idioma como primera barrera infranqueable. "Necesitaría toda una vida para hablar bien el mandarín, pero me apaño. Aunque lo pasé fatal cuando tenía que ir siempre con las direcciones anotadas en un papelito y pensar que un mínimo despiste me podía dejar tirado en una ciudad en la que era incapaz de comunicarme con nadie".

Antes de iniciar la aventura, Willy, como lo han llamado desde niño, estudió en la escuela de hostelería de Muntaner y cursó gestión hotelera en el Sant Ignasi. Practicó entre fogones en Nueva York e hizo seis meses de estages en diferentes restaurantes de Francia antes de regresar a Barcelona y trabajar primero en un catering y después en el pequeño restaurante de menús a precios muy asequibles de un amigo suyo, en el barrio de Gràcia. "Llevaba una vida de lo más normal pero tenía ganas de cambiar". Un viaje a China para una colaboración puntual con las bodegas Torres acabó llevándolo a trabajar para esta firma catalana en Shanghai, cocinando para encuentros con distribuidores. Sólo estuvo un año a sueldo. En aquella época conoció a un cliente japonés que lo había visto trabajar y le pidió ayuda para darle un giro a su restaurante, en una bella casa colonial de los años 20, que perdía dinero. "Tras meses de conversaciones acabó pidiéndome que montara allí mi propio restaurante. Yo no tenía capital para invertir pero le dije que podía moverme para buscar algún inversor. Finalmente no hizo falta porque el japonés asumió la inversión". Así es como nació El Willy, que abrió sus puertas a principios del 2008 y que actualmente se ha trasladado a uno de los mejores emplazamientos de la ciudad, en el Bund, con vistas al río y al Pudong. Donde estaba su primer local abrió un restaurante más informal, El Elefante, y luego llegaron la coctelería y la expansión a Hong Kong, de la mano de dos adineradas empresarias que más que entender de cocina tenían ganas de montar un local a su gusto. El éxito no se hizo esperar. El secreto: tapas, platillos, muchos arroces... cocina española sencilla y desenfadada adaptada al modo chino. "Siempre he procurado adaptarme a su modo de comer, con una distribución del menú que encajara con sus costumbres, en las que no faltaran los apartados de aperitivos fríos, vegetales, carne, pescado, sopa caliente y platos con hidratos de carbono. Un restaurante de cocina española con mentalidad china". Willy, que ha sabido ganarse el aprecio de clientes y empresarios, explica que en China si al comensal le caes bien será asiduo a tu restaurante incluso aunque la cocina no sea de su agrado. Él ha sabido moverse en ese mundo de complicidades y de relaciones. "No es fácil hacer negocios, porque es una cultura gregaria y de clanes. En China sigue imperando el guanxi, las redes de contactos e influencias personales". Es, cuenta, la vía para situarse y acceder, por ejemplo, a locales estupendos y bien emplazados. Tiene un consejo claro para quienes, como él, un día decidan hacer las maletas y abrirse camino al otro lado del planeta: "Allí donde vayas, recuerda siempre que juegas fuera de casa. Que eres tú quien debe adaptarse a la forma de ser del lugar y aprender a observar lo que ocurre con otra mirada, sin comparar con los parámetros de tu tierra y tu cultura". En cuanto a la forma de comer de los chinos, destaca la rapidez. "No hay costumbre de sobremesa. Comen y se marchan. Y tienen una sensibilidad muy especial hacia las texturas. Las perciben de una manera mucho más notable que nosotros. La importancia que aquí damos al sabor ellos se la dan a la textura de los alimentos".


Fuente: http://www.lavanguardia.com/gente/quien/20141019/54417269040/willy-chef-apasiona-chinos.html


Guanxi

Guānxi es un término chino ( Chino tradicional: 關係, Chino estandard: 关系) que describe la dinámica básica de las redes de contactos e influencias personales, y que constituye un concepto central de la sociedad china. En medios editorales occidentales, el término adaptado pīnyīn de esta palabra china se suele utilizar más a menudo que las posibles traducciones —"conexiones" y "relaciones"—, ya que ninguno de estos términos refleja de manera adecuada las amplias implicaciones culturales que engloba el concepto de guānxi.
Conceptos estrechamente relacionados con el guanxi son el gǎnqíng, que es una medida de la profundidad de los sentimientos de una relación interpersonal, el rénqíng, que hace referencia a la obligación moral de mantener la relación, y el liǎn, que hace referencia al concepto de "rostro", en tanto que significa estatus social, reconocimiento, prestigio, o una combinación de los tres antedichos.

Descripción[editar]

En su aspecto esencial el guānxi hace referencia a una conexión personal entre dos personas, por medio de la cual cada una de ellas puede recurrir a la otra para obtener un favor o un servicio. No es preciso que las dos personas posean igual estatus social. El término guānxi puede también ser utilizado para describir una red de contactos a los que un individuo puede recurrir cuando precisa realizar o poner en práctica algo, y mediante el cual él puede ejercer influencia en beneficio de un tercero. Adicionalmente, guānxi puede ser utilizado para describir un estado de entendimiento mutuo general entre dos personas: "el otro conoce mis necesidades y deseos y los tendrá en cuenta cuando decida hacer algo que podría afectarme o involucrarme, sin necesidad de que conversemos del tema o me consulte".
En general no se utiliza el término para describir relaciones dentro de una familia, aunque a veces las obligaciones de carácter guānxi pueden describirse mediante el concepto de una familia ampliada. Tampoco se utiliza para describir relaciones que caen dentro de otras normas o estructuras sociales tradicionales (o sea, jefe-trabajador, maestro-alumno, amistad). Las relaciones cimentadas en el guānxi son personales y no transferibles.
Cuando una red de guānxi viola normas burocráticas o administrativas, puede dar origen a corrupción, y el guānxi puede también ser la base de relaciones de servidumbre.

Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Guanxi 

Ladrillos, sudor y lágrimas (Una vision de una cooperativa en Argentina con gente de Bolivia)

Ladrillos, sudor y lágrimas

Horneros que llegan de Bolivia a la provincia argentina de Río Negro buscan adaptar su modo de trabajo ante las inspecciones de las autoridades contra el empleo informal

  • FOTOGALERÍA Los ladrillos que dividen dos culturas
ALEJANDRO REBOSSIO Cinco Saltos (Argentina) 17 OCT 2014 - 16:58 CEST

Trabajador boliviano en la fábrica de ladrillos dela Cooperativa El Arroyon. / RICARDO CEPPI

El centenar de plantas ladrilleras artesanales de Allen (954 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires), en la provincia argentina de Río Negro, se revolucionó el pasado 1 de octubre. Inspectores de Hacienda de Argentina organizaron aquel día un operativo conjunto con la Secretaría de Trabajo provincial y la Dirección Nacional de Migraciones. "Hacemos consultas a los obreros, como, por ejemplo, para quién trabajan, desde cuándo y cuánto ganan”, contó uno de los inspectores. Esta vez no se informó sobre ninguna irregularidad en particular. Las ladrilleras de Río Negro están en manos de bolivianos y emplean a sus compatriotas. Desde hace por lo menos seis años están siendo inspeccionados en forma intensa por las autoridades argentinas porque el sindicato denuncia que el 90% de los empleados del sector en su país trabaja en la informalidad, sin contribuciones a la Seguridad Social e incluso en condiciones rayanas con la esclavitud. Los patrones bolivianos, pequeños empresarios al fin, también han sido acusados de emplear a sus niños, pero ellos lo niegan.
Está claro el choque cultural entre los modos de trabajo de dos pueblos vecinos pero distintos como el argentino y el boliviano. Lo que para unos son formas de trabajo violatorias de la ley, para otros es la manera tradicional de hacerlo, aceptada por empleados que muchas veces son familiares o amigos de sus patrones. A su vez, Argentina tampoco es el reino de la formalidad laboral: un tercio de los trabajadores no ha sido registrado por sus empleadores, según cifras oficiales. En esa economía sumergida hay diversos grados de explotación de los empleados, desde los que carecen de cobertura médica o aportes para su futura pensión hasta las víctimas de la trata de personas.

MÁS INFORMA

El segundo mayor colectivo de inmigrantes en Argentina procede de Bolivia, unos 345.000, según el censo 2010. Algunos se dedican a las huertas y los talleres textiles, mientras otros, entre tantos oficios, hacen ladrillos en Río Negro y muchas provincias más. En marzo pasado, el Gobierno rionegrino reglamentó una ley para formalizar a los ladrilleros artesanales, la mayoría bolivianos. Los patrones inmigrantes prometen que regularizarán a sus empleados. En esa tarea los acompaña el equipo Pastoral de Migraciones de la vecina provincia de Neuquén.
“Hay que generar un cambio de cabeza de una sociedad muy occidentalizada”, opina la delegada de la Pastoral de Migraciones de Neuquén, Ana Pimentel. “Ellos trabajan como en Bolivia. Nosotros tenemos prejuicios”, añade quien en 2008, cuando estalló el primer conflicto por inspecciones de las autoridades a las ladrilleras, se instaló una semana a vivir al lado de los hornos, para comprender la situación. “Ellos trabajan como en nuestro campo, donde están todos, los grandes y los chicos. Esa también es nuestra cultura argentina del campo. Pero los chicos de las ladrilleras no hacen trabajo rudo, sino trabajo familiar, van a la escuela. También tienen trabajadores temporarios, que vienen de Bolivia en la temporada sin lluvias ni heladas, que va de septiembre a abril”, cuenta Pimentel, que junto con el Instituto Nacional contra la Discriminación para da cursos de capacitación en los ministerios de Trabajo y de Educación de Argentina y sus provincias. “La mayoría habla en quechua o aymara, y les cuesta entendernos”, comenta la delegada de una diócesis que tradicionalmente ha mantenido una línea progresista dentro de la Iglesia.
A la Pastoral de Migraciones de Neuquén se acercan voluntarios de cualquier nacionalidad o religión. Una de las que colabora es Mary González, que de pequeña vino con su familia desde Uruguay. González, de 36 años, estudia la carrera de seguridad e higiene, pero todas las semanas cruza la frontera provincial para ir al municipio rionegrino de Cinco Saltos (983 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires), donde en el medio de la estepa patagónica, en el paraje El Arroyón, los ladrilleros bolivianos se han unido en una cooperativa para defender su trabajo. A 13 kilómetros de la pequeña ciudad de Cinco Saltos, con vista al lago Pellegrini se emplazan casas con hornos de ladrillos, unos tras otros, a los dos costados de la ruta provincial 70. En una de ellas funciona la cooperativa. Allí se celebran las asambleas mensuales y maestros provinciales ofrecen clases de alfabetización o primaria para adultos. A un costado se amontonan ladrillos y leña. Más al fondo, un campo de fútbol.
Existe un choque cultural entre los modos de trabajo de dos pueblos vecinos pero  muy distintos
“En Allen no sucede lo que pasa en El Arroyón", cuenta González. "Allá hay dos o tres bolivianos que tienen muchos empleados. Ahí sí hubo trabajo esclavo, no se los quiere mucho. El boliviano viene acá y necesita trabajar. Se queda en los hornos porque no tiene otra opción. Pero en Cinco Saltos formaron una cooperativa”, añade esta uruguaya que los asesora en la gestión del colectivo o en trámites contables. “Se los guía para hacer las asambleas porque ellos de por sí son cerrados, desconfiados”, cuenta la voluntaria que llegó a la Pastoral después de que se le prohibiera dar clases en escuelas públicas neuquinas por ser extranjera.
Los ladrilleros bolivianos se instalaron en El Arroyón a principios de siglo, pero se nuclearon en cooperativa a partir de las primeras inspecciones de 2008. Al colectivo pertenecen unos 20 varones, cada uno con hasta tres empleados, incluidos familiares, cada uno con entre cinco y 12 hornos. Sus mujeres no trabajan al calor de los ladrillos en cocción sino que en general son amas de casa y se encargan de guardar y gestionar el dinero que cobran sus maridos. Otros diez horneros de El Arroyón no se han integrado en la cooperativa. “Es que hay que ir a las reuniones de cooperativa, no llegar tarde, pagar las cuotas”, comenta otra voluntaria de la Pastoral, Aurora Rosas Vera, trabajadora social de 24 años que vino de Chile como becaria. En total, unos 100 bolivianos viven en el paraje. Argentinos también habitan allí, pero se dedican a arreglar los camiones que transportan los ladrillos o a criar pollos y cerdos.
El presidente de la cooperativa El Arroyón es Santiago Cano, de 40 años, hijo de bolivianos que nació en la provincia de Jujuy, en el norte de Argentina, cuando sus padres habían viajado para la zafra de la caña de azúcar. Cano se crió en Potosí, como la mayoría de sus vecinos en El Arroyón, pero a los 18 migró por primera vez a la provincia argentina de Mendoza para cosechar frutas. Después retornó a Bolivia para plantar ajo, pero hace diez años, “cuando escaseaba el laburo (como llaman los argentinos al trabajo)”, se marchó otra vez. “Mis hermanos habían venido a los hornos y me comentaron que estaban pagando bien”, cuenta Cano. “En Bolivia yo no estaba bien y acá se podía ganar algo, comer mejor, admite el ladrillero, casado con una argentina y con cinco hijos, todos nacidos en Mendoza y Río Negro. En su familia está perdiéndose el quechua que sigue hablando sus vecinos.

En 2008, autoridades municipales, acompañadas por policías con armas, clausuraron y multaron hornos de El Arroyón. A partir de entonces se acercó a ellos el coordinador de la Pastoral de Migraciones de Neuquén, Jorge Muñoz, para asesorarlos. En respuesta organizaron una caravana de coches y camiones a la ciudad de Cinco Saltos para reclamar su derecho a trabajar. “La municipalidad nos quería reubicar en un lugar lejos, sin luz ni agua porque decían que los horneros afeábamos el paisaje”, recuerda Cano. “Entonces formaron la cooperativa, forestamos, mejoramos las casas. Todo esto era antes un lugar abandonado”, añade.
Cano fue empleado de otro ladrillero boliviano durante los primeros tres años en El Arroyón hasta que ahorró lo suficiente para comprar su tierra y armar sus hornos. Es lo que hacen muchos de sus compatriotas. “A veces otros tardan en independizarse, por cómodos, por no arriesgo, por miedo”, opina el presidente de la cooperativa. “Yo quería independizarme porque veía que los patrones ganaban bien”, relata quien trabaja sin empleado, solo con la ayuda de su hijo mayor, de 19 años.
“Estamos todos en regla, queremos blanquear la gente”, se sincera el jefe de la cooperativa, que ha contratado a una contable y a una abogada. “Siempre están las inspecciones del Gobierno (provincial), como ocurre en las chacras (fincas). Pusieron multas en 2012 y 2013 a algunos compañeros”, admite Cano. “Para mí está bien que inspeccionen. Así podemos trabajar más tranquilos, sin temor. Es muy difícil la cultura boliviana: hay gente que vive en casitas de barro. En Bolivia esto es normal, pero como acá veían que los empleados temporarios vivían en esas casitas, se habló mucho de nosotros. Son cosas que los argentinos no aceptan”, comenta el ladrillero.
No solo las viviendas de los empleados han llamado la atención en Río Negro. También que los niños colaborasen con sus padres en los hornos. “A mí, mi papá siempre me enseñó que me ganara el pan con el sudor de mi frente, pero acá eso está prohibido”, señala Cano. “En Cinco Saltos veo chicos que están en la droga. Es una forma contradictoria a como nos hemos criado. Muchos nos dicen que estamos explotando a los niños. Por los controles, se trata de que los chicos no ayuden, para evitar comentarios y entredichos. Los chicos van a la escuela de Cinco Saltos y son los mejores alumnos. La cultura del boliviano no se pierde: no he escuchado que ninguno de nuestros chicos se drogue. Piensan irse a estudiar a la universidad en Buenos Aires o Córdoba. Mi hijo mayor está terminando la secundaria y espero que sea otra cosa menos hornero. No es algo bueno, es muy sacrificado, prefiero que esté en una oficina. Yo no terminé la primaria y no tengo otra opción”, lamenta el presidente de la cooperativa, que conduce un viejo Renault 12 gris.
Cada horno produce 40.000 ladrillos en uno o dos meses. Sus proveedores y clientes son argentinos. Unos les traen la materia prima, arcilla y polvillo, de canteras instaladas a 10 kilómetros. Otros les proveen leña y aserrín. A su vez, les venden a dueños de corralones de materias de la construcción de Cinco Saltos o Neuquén. “El argentino piensan que los bolivianos nos quedamos con todo, contratamos a nuestra gente, a nuestros primos, pero nosotros damos mucho trabajo a los argentinos. Ellos no valoran lo que hacemos”, se defiende Cano.
Los bolivianos en El Arroyón van cambiado su modo de hablar o sus casas de barro por otras de ladrillo, con baño y cocina, “como viven los argentinos”
El peso argentino se ha devaluado mucho en los últimos tres años en el mercado ilegal de cambios, al que recurren los inmigrantes para enviar dinero a sus familias en sus países de origen. “Ahora hay poca gente que viene, por el (tipo de) cambio. No les conviene venir porque ganan poco. Nos estamos quedando sin empleados, pero hay que aguantar, producir menos, pero sabemos que tenemos para vivir”, explica Cano. Los trámites de migración no suponen un obstáculo en este país abierto a la llegada de sudamericanos. “Parece fácil conseguir los papeles”, destaca el hornero. En cambio, otra barrera consiste en que “ya no hay gente que quiera hacer este trabajo”, admite el hornero.
Ni Cano ni los otros ladrilleros bolivianos desean regresar a su tierra. “Yo no quiero volver. Mis chicos ya están estudiando acá”, dice el jefe de la cooperativa. “Acá hubo uno solo que volvió y sus hijos quieren venir otra vez”, relata Cano.
Los bolivianos en El Arroyón van cambiado su modo de hablar o sus casas de barro por otras de ladrillo, con baño y cocina, “como viven los argentinos”, explica Cano. Sus hijos quieren mudarse a Cinco Saltos y corrigen a sus padres cuando yerran con alguna palabra. Les piden pizza, empanadas de carne, salchichas o milanesas (escalope empanado), en lugar de platos bolivianos como falso conejo (carne con arroz y fideos) o picante de pollo. Los horneros ya no trabajan los fines de semana. “Ahora quieren ir a la plaza, a comer helado, a bañarse al río”, cuenta el presidente de la cooperativa.
Poco a poco, el choque cultural va cediendo, pero aún queda mucho por hacer en Argentina en general. En agosto pasado, el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner acordó con el sindicato de ladrilleros un programa de registro de empleo. “Establecimos un mecanismo de organización en consorcios y un sistema de acceso a la formalización laboral. Además, trabajaremos sobre la erradicación del trabajo infantil”, prometió entonces el jefe de Gabinete de Ministros, Jorge Capitanich. “La mayoría de los trabajadores no está registrada, hay trabajo esclavo e infantil en algunos sectores. En todo el país encontramos la voluntad de los trabajadores por reorganizarse”, evaluó el jefe sindical, Luis Cáceres.